El mito de los cuerpos celestes en la cultura azteca
En la cultura Azteca, conocidos también como Méxicas, tenían una importancia notable tres astros, o sea, el Sol, la Luna y Venus. Los tres han dado lugar a relatos mitológicos y ritos.
Durante mucho tiempo los Aztecas veían a la Luna como el hijo del dios Tláloc, responsable de las lluvias y de las sequías. De todas formas, la Luna (ver artículo) se consideraba la protectora de la fecundidad y por eso estaba relacionada con todos los aspectos femeninos, ya que se simbolizaba con el caracol marino parecido al aparato genital femenino.
Sin duda, la Luna se oponía al Sol (astro masculino), ya que estos dos astros representaban los dos géneros en la cultura azteca. Era costumbre común de la población, sacrificar hombres y mujeres en los templos de una de las mayores ciudades del imperio, Teotihuacán, o sea «lugar donde los hombres se convierten en dioses» en náhuatl.
Para los aztecas existían incluso los dioses de la embriaguez y del enajenamiento, ya que fueron ellos que introdujeron el culto del pulque, una bebida obtenida gracias a la fermentación del aguamiel. Estas divinidades del embriaguez estaban asociadas a las lunares y pronto pasaron a ser las deidades protectoras de las cosechas abundantes y de los festivales de las bebidas.
Esta tipología de criaturas sagradas de las bebidas y de los borrachos se agruparon bajo el nombre de «Centzon Totochtín», es decir los «cuatrocientos conejos», todos hijos de Patécatl, dios de las medicinas y descubridor del pulque. Entre los conejos destacaba Ometochtli, que estaba asociado también con la fertilidad de la vegetación.
A cada una de estas deidades menores se les dedicaba un canto religioso. Sin embargo, Sol y Luna quedaban los astros principales, ya que representaban también dos elementos esenciales de la naturaleza, el fuego y la tierra respectivamente.
Había incluso deidades femeninas aztecas, como por ejemplo la diosa Coatlicue que se consideraba la Madre de los Dioses y de la Tierra y representaba la primavera, siendo la madre de Huitzilopochtli. Otra diosa era Chalchiutlicue, esposa de Tlaloc y ejercía su poder sobre las aguas y las tempestades. Mientras que en honor de la diosa Xochiquetzal se sacrificaban niños y mujeres y se representaba con una luna joven.
Venus y su mala deidad: el mito del dios arquero
Los aztecas conocían a Venus planeta como Hueycitlalin, es decir «la gran estrella», mientras que como deidad era Tlahuizcalpantecuhtli, que en antiguos escritos aparece en forma de arquero. Venus se veía como portador de enfermedades y cuando se le podía observar en el cielo nocturno, la población se cerraba en sus casas por temor de su influencia negativa.
En otras ocasiones la deidad de Tlahuizcalpantecuhtli aparece con el traje del dios de la muerte, Mictlantecuhtli. Este aspecto subraya aún más la relación de Venus con la muerte, los malos agüeros y las enfermedades. De todas formas, no hay que olvidar que Venus, según la cultura azteca, nació de la muerte de Quetzalcóatl, uno de los dioses más importantes de la cultura prehispánica.
Se creía que después de la inmolación de Quetzalcóatl, éste se convirtió en Tlahuizcalpantecuhtli tras pasar algunos días en el infierno del Norte, el reino de Mictlantecuhtli. Vuelve otra vez el tema de la muerte y del renacimiento, bastante difundido en todas las poblaciones precolombinas.
A pesar de su mala suerte, los indígenas no pararon de observar a Venus y de estudiar sus movimientos en el firmamento nocturno. Los aztecas lograron calcular los ciclos sinódicos del planeta, compuesto por setenta y cinco giros que equivalen a ciento y cuatro años solares. El período de rotación venusino se llamaba «huehuetiliztli», es decir vejez y los ciclos se contaban en grupos de cinco. Por esta razón, la deidad se representaba siempre con cinco marcas en el rostro, dos por cada mejilla y la última en la nariz.
Los méxicas o aztecas daban una importancia notable también al estudio de las demás constelaciones. Por ejemplo, se dedicaban a observar las Pléyades, en particular, cada cincuenta y dos años, lo que según su cultura constituía un siglo. Ellos creían que si el movimiento de las Pléyades seguía inalterado al final de cada siglo justo después de la medianoche, el mundo existiría al menos durante un siglo más.
Otra constelación con un significado místico era la del Osa Mayor (ver artículo), que en realidad, los aztecas veían y representaban con un jaguar, «ocelotl». Esta constelación como otras, era controlada por Tezclatipoca, deidad del cielo y de la tierra, señor de la guerra y de las batallas, responsable del poder, del amparo y de la felicidad del hombre; que junto a Quetzalcóatl constituía una de las divinidades más llamativas y sobresalientes de la cultura méxica.
Los aztecas y las estrellas del norte y del sur
Por lo que se refiere a las estrellas, los aztecas dividían su distribución en dos grupos: los Centzon Mimixcoa (zona norte) y los Centzon Huitznáhuac (zona sur). Los Centzon Mimixcoa, es decir, «cuatrocientas serpientes-flechas de nubes» en náhuatl, son las deidades que según la cultura méxica poblaban las estrellas del Norte.
Estos protectores eran a su vez hijos e hijas de Coatlicue, la madre suprema y diosa de la fertilidad, de la vida y de la muerte. Las estatuas de la diosa y madre suprema siempre tienen una falda hecha, desde luego, con cabezas de serpiente, además de un collar hecho de corazones y manos de piedra de las víctimas sacrificadas en su honor.
Los Centzon Huitznáhuac, que son los dioses de las estrellas del sur, son los hermanos de las deidades de las estrellas del norte y por ello hijos de Coatlicue, diosa de la fertilidad. Los relatos mitológicos de los méxicas cuentan como la diosa fue preñada por una pluma, pero su hija Coyolxauhqui y los hermanos Centzon Huitznáhuac lo vieron como algo vergonzoso y denigrante y decidieron organizar un plan para matarla.
Mientras que todos los conspiradores se dirigían hacia la montaña de Coatépec, donde la diosa Coatlicue se había refugiado para dar a luz, uno de los hermanos de los Centzones del Sur corrío a avisar el recién nacido Huitzilopochtli del plan maléfico. Fue así, que cuando Coyolxauhqui y sus hermanos llegaron a la montaña para matar a Coatlicue, fueron derrotados por Huitzilopochtli, nacido ya adulto y listo para la batalla.
Además de los enormes grupos que incluyen todos los cuerpos celestes, es decir, los Centzon Mimixcoa al norte y los Centzon Huitznáhuac al sur, los aztecas consideraban Coyolxauhqui, hija mayor de la diosa Coatlicue, como diosa lunar, mientras que a los planetas los identificaban con el término Tonacatecuhtli, el antiguo dios de la creación. En fin, los cielos eran trece, como el número más representativo del calendario méxica.