Los cometas en el cielo: historia y su composición
Los antiguos que observaban los cometas, los veían aparecer y desaparecer de manera imprevisible, rodeados de una pálida cabellera y seguidos por una cola extremadamente variable, no tuvieron dudas, pensaban que eran algo que trastornaba el orden celeste.
El hecho mismo que los cometas no seguían el movimiento de los planetas, no hacía más que fortalecer la creencia que llevó a considerar los cometas como responsables de acontecimientos históricos generalmente graves. De este modo, durante muchos siglos se consideró que los cometas eran mensajeros de infortunios y que la aparición de un cometa era causa de grandes preocupaciones en los pueblos.
En el siglo I a. JC. el escritor Plinio atribuyó la causa de la sangrienta guerra entre Julio César y Pompeyo a la aparición de un cometa. Lo mismo sucedió en otras ocasiones, como en el año 1066 cuando el Duque de Normandia Guillermo el Conquistador desembarcó en Inglaterra y mató al Rey Harold II proclamándose nuevo rey, fue visto otro cometa. Hoy sabemos que se trataba del cometa Halley, el representante más ilustre de estos astros, que regresa de manera periódica.
Pero estas son ya supersticiones, de hecho la opinión científica que nuestros antepasados compartieron, era la que Aristóteles estableció alrededor del año 350 a. JC. El gran filósofo formuló la teoría que tanto los cometas como los meteoros eran fenómenos atmosféricos causados por vapores en ebullición que se desprendían de la Tierra y eran impulsados en la parte superior de la atmósfera.
La convicción de Aristóteles sobrevivió durante algunos siglos y el propio Galileo no logró resolver el enigma de la trayectoria de los cometas, aunque Tycho Brahe ya había logrado medir casi con total precisión sus enormes distancias de nuestro planeta.
Las «recientes» investigaciones sobre los cometas
En la segunda mitad del siglo XVII, gracias a los estudios de Newton y de Halley, se logró saber que los cometas están bajo la influencia de la fuerza de atracción del Sol, pero que al contrario de los planetas, siguen trayectorias extremadamente alargadas.
En cambio Halley calculó que las apariciones de un cometa aparecido en 1531, en 1607 y en 1682, debían atribuirse a un mismo objeto celeste y predijo que el cometa volvería en 1758. Halley no vivió tanto como para poder ver confirmarse su propia predicción. Pero el cometa se presentó puntualmente a la cita y desde entonces se conoce con su nombre.
Pero llegamos a nuestros días. Hasta hace pocos años se pensaba que los cometas eran cuerpos celestes formados por residuos cósmicos, muy similares a los meteoritos, que vagan sin meta por el sistema solar. Hoy nuestros conocimientos sobre ellos han experimentado una revolución.
El astrónomo americano Fred Whipple ha formulado una hipótesis que concuerda perfectamente con la mayor parte de las observaciones astronómicas. Según él los cometas son como «bolas de nieve sucia», es decir que estarían formados por un conglomerado de hielos (agua, amoníaco, díoxido de carbono) y por granos sólidos constituídos por carbono y silicatos.
Los nucleos así compuestos, debido a su pequeño tamaño, livianos y compactos son capaces de resistir la fuerza gravitacional del Sol y de los planetas, pero al mismo tiempo son bastante volátiles como para justificar la enorme nube de la cual se rodean por efecto del calor solar. Esta misma hipótesis explicaría también por qué los cometas no son visibles cuando carecen de cabellera y de cola.